20080223


Cambio de hábitos

Por Sebastián Ackerman

Estamos en una etapa de transición en las redacciones de los diarios y en los estudios de radio y televisión. Dos visiones del periodismo están conviviendo, en estos momentos, en los medios de comunicación: el periodista “tradicional”, hecho a través de la experiencia, de aprender el know-how de la actividad mientras la iba haciendo. Descubría el mundo a medida que lo recorría. Frente a él, o junto a él mejor dicho, se encuentra el “nuevo” periodista, que se formó en universidades, terciarios, escuelas y talleres, que leyó manuales y escuchó -en aulas- a aquellos que trajinaron distintas redacciones en su carrera. Estos nuevos jornalistas tienen el mapamundi ya cartografiado, con sus relieves y depresiones, con las rutas ya señaladas.

Dos formas de entender la práctica periodística, cada una con sus saberes propios. Y también sus formas de hacer. ¿Existe una manera “correcta” de llevar adelante este trabajo? La respuesta es no. El resultado marca si el trabajo se hizo correctamente, y para llegar a un buen resultado no existe el camino del éxito asegurado. Muchos fracasaron en sendas marcadas por gente que triunfó en esos parajes, y otros triunfaron a pesar de los malos augurios que envolvían la geografía que transitaban. La clave no es seguir las flechas indicativas, sino saber -o, mejor dicho, saber hacer.

El periodismo es una profesión altamente esquematizada (en su proceso productivo) con una rutina fuertemente definida, pero también con una dosis importante de azar, de imprevisto. Por eso es fundamental saber manejarse en un ambiente con estas características, y ese saber se aprende en el hacer, en el hacer cotidiano. Casi se diría, en el ensayo y error (los menos posibles, por supuesto). Y en este caso también pueden considerarse las dos opciones arriba señaladas: la experiencia propia, de trajinar los caminos puede ayudar a tomar las decisiones correctas; pero también puede hacerlo, por supuesto, el conocimiento obtenido frente a un pizarrón, aprendiendo teóricamente las experiencias ajenas.

Mucho se habla también en esta profesión del “olfato” del periodista, de la intuición para conseguir un buen dato, una buena historia, para no creer en lo que le dicen o para creer en aquello que parece increíble. ¿Existe alguna fórmula para conseguir estas virtudes? En este caso, tampoco. Pueden servir ambos modelos de investigador: pero hay unas líneas aquí que no puedo olvidar de un reconocido periodista:

“-Hay un fusilado que vive.

No sé qué es lo que consigue atraerme en esa historia difusa, lejana, erizada de improbabilidades. No sé por qué pido hablar con ese hombre, por qué estoy hablando con Juan Carlos Livraga.

(…)

Livraga me cuenta una historia increíble; la creo en el acto:”

Esta breve y hermosa cita pertenece a Operación masacre, de Rodolfo Walsh. Y puede servir tanto para aquellos que compartieron la actividad con él como para aquellos que supieron de su existencia en escuelas y universidades. Pero hay dos elementos que en Walsh saltan inmediatamente a la vista, y que son fundamentales para desempeñarse en este campo, tanto para unos como para otros: la belleza en la exposición de lo que cuenta (y que no debe omitirlo ningún periodista, desde el de deportes o espectáculos hasta los de política internacional, economía o política doméstica) y, sobre todo, querer a la profesión, porque eso también lo nota el que lee -o escucha, o mira-. La pasión por lo que se hace es el motor que equipara las distintas virtudes, tanto de los que ya transitan estos caminos hace años como de los que recién están saliendo por la puerta, para llegar no se sabe bien donde.