20071126

Sobre escritores y periodistas

Con una trayectoria en medios que muchos periodistas desearían poder contar, Sasturain se considera al margen de la profesión: “La verdad es que yo no soy periodista; he laburado mucho en los medios, pero no estudié periodismo, no tengo vocación periodística. Por vocación me gusta escribir, y en este país si uno quiere ganarse la vida haciendo lo que le gusta tiene que trabajar en los medios gráficos, y asociarse a la Utpba, y por lo tanto te convertís en periodista. Lo digo con absoluto respeto y admiración por mis compañeros de redacción, hoy de Página/12. He estado siempre rodeado de grandes periodistas.”

Lejos de considerarse una excepción, asocia su trayectoria en los medios gráficos a la de muchos de sus amigos y compañeros de generación. “Los que ahora tenemos como 60 años –explica– comenzamos a escribir y pasamos por la facultad en los conmovidos ´60, y fuimos docentes en los despelotadísimos ´70. Somos la primera generación de pretendientes escritores que trabajamos muchísimo en los medios: Osvaldo Soriano, el Negro Fontanarrosa, el Negro Dolina son impensados fuera de los medios. Son escritores que llegaron al libro pero no necesariamente empezaron por el libro, el libro es como un lugar de paso. Pero es el lugar donde yo me siento más cómodo.”

La profesión terminó quitándole un poco de esa comodidad del mundo de los libros, para meterlo de lleno en el vértigo del periodismo diario. “Yo empecé a laburar adentro de un diario a los 50 años. Una cosa es laburar en un diario y otra hacer una revista mensual de historietas: hacer eso es una joda. Yo fui colaborador de Página/12 desde que empezó, pero hace diez empecé a ir todos los días. Era como un pasante veterano: tuve que aprender a cerrar a los 50 años.

Televisión y cultura de masas

La televisión también le dio a Juan Sasturain una bienvenida tardía, con “Ver para leer”, presentado por Telefé como el “primer programa sobre literatura de la televisión abierta y privada” (entiéndase comercial y masiva). Los domingos a la medianoche, el ciclo ideado por Claudio Villarruel le ofrecía al público que se quedaba hasta el final de Gran Hermano autores como Cortázar, Charles Dickens, María Elena Walsh, Maurico Kartún, Armando Discépolo, Roberto Fontanarrosa, Pablo Neruda, y una larga lista de imprescindibles de las letras.

Cuenta la historia que Villarruel le hizo el ofrecimiento a Sasturain en el cumpleaños de 15 de su hija, proponiéndole un modelo similar a “El show de los libros” del chileno Antonio Skármeta. “Evidentemente debe haber sido por la asociación de un pelado de anteojitos –ironiza el escritor y periodista- y me dijo «¿por qué no lo hacés vos?», me habrá visto alguna vez charlando en la tele con alguna soltura, y me lo ofreció. ¡Y por que no! Qué más lindo que un programa de libros por la tele. Entonces al año siguiente (el año pasado), me contactan con la productora, y ya estaba el programa armado: «Va a tener esta estética, y vos vas a hacer un personaje que le van a pasar cosas y las tenés que resolver con libros. Cada vez que tengas un problema, lo tenés que resolver con libros». «¿Vos estás en pedo?», le dije, «¿Te creés que voy a hacer esta payasada?». Y terminé haciendo todo, hasta lo peor”.

Fue así que Sasturain, junto al actor Fabián Arenillas, se encargó de introducir en el gusto por la literatura al público masivo, en un formato que combina la ficción, el humor y la divulgación, con una escenografía que juega con la estética de la historieta, otra de las pasiones del conductor.

Esta experiencia, da pie para que Sasturain reflexiones sobre la relación entre lo que se considera como alta cultura y consumos masivos. “Decía muchas pelotudeces sobre la televisión. Tenemos tantos prejuicios, es un preconcepto que uno tiene de acuerdo a su experiencia sobre lo nuevo. Pero con los fenómenos de los medios masivos hay muchísima ambigüedad, y hay algunos mecanismos de crítica cultural que, ahora vistos en perspectiva, son bastante evidentes. Aquello que en el momento se desprecia, con los años es reivindicado por los mismos sectores culturales: Sandro, Pepe Biondi, el Negro Olmedo, El Chavo. Cosas que en su momento, si las veían en televisión te vomitaban al lado. Hoy en día hasta elogian las películas con Porcel, y son una basura. Olmedo ha hecho cosas buenas, pero también basura a paladas. Y un caso muy lindo es el de Bolaños, el Chavo. ¡Las huevadas que se han escrito desde el buen sentido! El Chavo es una comedia extraordinariamente bien hecha: con personajes creíbles y queribles.”

Y previniéndose de objeciones que las mentes bien pensantes pueden hacer entre su programa y el tanque de Telefé, Sasturain aclara: “En la televisión comercial, ni antes ni ahora la cultura tuvo un espacio importante (cuando había monopolio estatal te la tenías que comer). Este es un canal comercial en la que la decisión de hacer un programa como este no es distinta a la decisión de hacer Gran Hermano o cualquier otro programa que tenga al aire. Tiene que ser un programa que le funcione.”

La pregunta que surge, entonces, es si considera que el objetivo divulgativo del programa se ha cumplido, a lo que Sasturain responde: “Es una especie de introducción, de vacuna contra la fobia al libro. El programa está dirigido a quien no lee. La inmensa mayoría que ve el programa es la gente que está viendo Gran Hermano y se quedan viendo lo que sigue. Es un programa masivo dirigido a aquel que no lee. Entonces, cuando se menciona un libro se parte de cero: cuando yo digo Cortázar, abajo dice quién es Cortázar; no se sobreentiende, no hay una complicidad de información. Hay una complicidad que creo que es muy valiosa, que es la del placer por la lectura. Si uno es capaz de transmitir el placer, que es la única razón por la que uno hace algo, hay que recuperar eso. Si no, vamos todos a casa.”.

Lecturas y teorías

A lo que apunta el escritor y periodista es a transmitir la particular relación que las personas tienen con la literatura. Tal como él lo entiende, “la experiencia de la lectura es individual, solitaria y silenciosa. Eso es leer. No tiene nada que ver con la inmensa mayoría de actividades que tenemos en nuestra experiencia cotidiana. Todo lo hacemos simultáneamente haciendo otras cosas, generalmente con la presencia del sonido, acompañados y con un conjunto de estímulos. Para leer tienen que caer los otros estímulos y exige un alto grado de concentración. La inmensa mayoría de las actividades que realizamos tienden a dispersar nuestra atención, tendemos a sentirnos más cómodos cuando estamos con la atención más dispersa; así es nuestra vida. Entonces, la lectura se convierte en una experiencia que no es normal y común; ya no lo es” explica.

Sasturain no reniega de su formación universitaria, pero no ahorra críticas para el academicismo que rodea al mundo de las letras. Según él, “una de las perversiones que nos tiene en un falso dilema es lo mal que está el sistema educativo: no sirve para nada. De diagnóstico estamos hartos, hay a patadas. Ya se sabe todo lo que está mal. De teoría, de diagnósticos, de investigación, estamos hartos. La realidad está harta de tanto diagnóstico. Esto va a parecer una provocación antiteórica, pero hay muchos ladrones que viven de esto; es el aparato que hace que en lugar de operar sobre la realidad, les basta con tener razón.”

Argumentos como estos son los que lo llevan a reivindicar el placer por la lectura, antes que el pesimismo y la sobreinterpretación propios del mundo académico. Nada nuevo para alguien que ha reivindicado los géneros mal llamados “menores” (las historietas, la literatura sobre fútbol, entre otros), mucho antes de que éstos fueran abrazados por la cultura oficial.

Durante años fue compañero de ruta de figuras como Osvaldo Soriano, Roberto Fontanarrosa y Alejandro Dolina. Hoy le toca a Juan Sasturain tomar la punta en el difícil juego de poner en jaque los prejuicios que separan la cultura masiva, la popular y la letrada. Una apuesta que no importa si tiene o no un resultado final, pero que merece ser jugada.