20110314
20080304
Ctrl+X = Robo
Es, a secas, un robo.
Pese al grave delito cometido, alumnos de periodismo y quienes ejercen la profesión no saben conjugar muchos verbo, Pero cortar y pegar, son dos de los cuales los manejan al reves y al derecho.
El artículo 28 del Código de ética del Colegio de Periodistas,en su inciso F, condena a la copia de manera tajante.
“El medio de comunicación social que difunda material informativo identificándolo como de autoría de un periodista o persona determinados, con su nombre, cara o voz, no podrá introducirle alteraciones sustanciales sin consentimiento de éste; será responsable de dichas alteraciones y, a petición del afectado, deberá efectuar la correspondiente aclaración. Este derecho del afectado caducará si no lo ejerce dentro de los seis días siguientes. “El periodista o quien ejerza la actividadperiodística no podrá ser obligado a actuar encontravención a las normas éticas generalmente aceptadas para el ejercicio de su profesión. La infracción a lo establecido en los incisos precedentes, cuando el afectado sea un periodista contratado o quien sea contratado para ejercer funciones periodísticas por el respectivo medio decomunicación social, constituirá incumplimiento grave del empleador a las obligaciones que impone elcontrato de trabajo”.
20080302
Complejidades de un viejo oficio (II parte)
En el post anterior me referí a dos íconos del periodismo, ninguno de ellos profesionales en nada, pero con todo para rebatir las críticas institucionales de la ortodoxia universitaria. Este año, Jorge Lanata -otro no-periodista académicamente avalado como tal- relanza el diario Crítica. ¿Viste el trailer del proyecto? Son notables las imágenes de la (artesanal) diagramación de la pauta publicitaria.
Ahí va…
Complejidades de un viejo oficio (I parte)
Sentarse a plantearlo cuenta ya con una primera resistencia. Es posible, pero más que eso, es necesario, repensar la profesionalización del periodismo, un viejo oficio (no tan viejo como otros, y mucho menos en el que estás pensando). Ahora, analizar este proceso supone una anterior definición de qué es el periodismo.¿Qué es? ¿Alguien puede dar una definición a ciencia cierta de qué es hoy el periodismo? ¿Qué refleja? ¿Qué (o a quiénes representa)? ¿Cómo opera? Esta bien, pensemos en sus orígenes, a ver si se nos ocurre algo. No, tampoco. ¿Nace en la tradición oral de los pueblos, cuando Moreno fundó la Gazeta o cuando algunos personajes con visión de negocio entendieron que la información valía (y mucho)? Bastante podemos deducir de su desarrollo, pero pocas son las conclusiones a las cuales llegar por estos días.
En la actualidad -y al menos en Argentina-, la actividad periodística ha crecido cuantitativamente, sobreviviendo las últimas crisis económicas del país. Pero, ¿A qué responde este fenómeno? ¿En qué medida inciden los trabajadores de este sector? Sea por informalidad, por costumbre o porque sí, el periodismo argentino no requiere mayores formaciones, y eso no está mal, al menos en una primera mirada. Después de todo, la Academia no puede determinar de manera taxativa quién es buen profesional o no. Gran parte va en la formación, pero otra va en la capacidad innata del que escribe, habla, etc… ¿O podríamos negar a Roberto Arlt y a Osvaldo Soriano como referentes del periodismo argentino por faltarles algunos diplomas? Yo no lo haría. ¿Vos sí?
Especialistas en las fronteras
En Facebook, esa red social y virtual tan de moda por estos últimos tiempos, encuentro gente que se pone a pensar sobre si el periodismo debe seguir siendo una carrera. “¿Será mejor convertirlo en una especialización?”, se preguntan. Alejandro Méndez M. (Colombia) cuenta que en su país “abundan los abogados, economistas, ingenieros, médicos... que trabajan como periodistas. En los medios especializados en negocios, sólo el 40% de quienes escriben son graduados como periodistas... En la radio, las estrellas vienen de otros áreas del conocimiento y en la televisión las modelos, reinas de belleza y tipos buena pinta llenan las pantallas de los telenoticieros importantes“. “Esto realmente está convirtiendo a los graduados de periodismo en cargaladrillos o asistentes relegados, aunque en las universidades se pague el precio de una carrera de primera. Redondo negocio. Por el bien de todos, ¿no sería mejor convertir el periodismo en una opción de post-grado?”, propone.
“Mientras siga siendo tratando como un oficio de rutinas y malas prácticas seguirá teniendo las puertas abiertas para todo el que quiera entrar en él”, sostiene Luis Carlos Díaz (Venezuela). "Además que las empresas de periodismo tampoco ayudan mucho ni protegen a sus trabajadores ni garantizan su formación intelectual o desarrollan índices de calidad informativa”, se queja. Este último comentario cobra mayor importancia si pensamos en el desafío que los periodistas enfrentan alrededor de la aplicación de un sinnúmero de nuevas tecnologías.
“Tenemos a la mano muchos recursos para que cualquier persona pueda reportar lo que quiera, donde quiera y cuando quiera. Debemos prepararnos para llenar esa nueva necesidad que le estamos generando a las personas. Ahora nuestra audiencia quiere verse y reconocerse”, opina Alejandro Lopera (Colombia). “Nuestro trabajo debería ser ofrecer más y mejores herramientas para que ellos lo hagan”, vaticina.
En la otra vereda está Ana Lamelas (España). Para ella, “el periodismo es un oficio, no una carrera". “¡Todavía no sé lo que estudian en esa carrera durante 5 años! Los buenos periodistas son los que vienen de otras licenciaturas”, sentencia.
Hace unas semanas, me encontré con el blog de Miguel Wiñazki en Clarín. En uno de sus tantos posts, retomaba las palabras de Ryszard Kapuscinsky. “En el fondo, mi más ardiente deseo, mi anhelo tentador y torturador que no me dejaba tranquilio, era de lo más modesto, pues lo único que me intrigaba era ese instante concreto, ese paso, ese acto básico que encierra la expresión cruzar la frontera…”, dice el periodista, con las palabras del escritor, mientras se pregunta si el periodismo no será ese camino constante hacia las fronteras. Claro, para caminar no se necesitan tantos avales, sino una buena resistencia física.
¿Para ser periodista serán necesarios los lauros académicos o sólo es suficiente con la capacidad particular de cada cual? ¿Será una metáfora del periodismo actual? ¿Esta es la situación real en Argentina? ¿Qué creés?
20080301
Mambrú no va a la guerra I... (Administren su Victoria)
Como seres humanos que somos a veces pensamos en soluciones inmediatas que a la larga las consecuencias son motivo de arrepentimiento... pero...
En verdad tendremos tan poca memoria?
Alfredo Izaguirre F.
20080227
Relevancia de la noticia y construcción de sentido
Por Sebastián Ackerman
Mucho se escribió (y se seguirá haciendo) en los últimos años sobre el tema de la inseguridad. Y si bien el eje de este fenómeno cambió en el último tiempo de los secuestros o los secuestros express a los asaltos violentos, el mensaje subterráneo, que corría como un río soterrado bajo los regueros de tinta, era que nuestras vidas corrían -corren- peligro.
Desde la explosión Blumberg -con su auge mediático y apogeo político- como caso paradigmático, siempre se le reclamó al Estado que “hiciera algo” ante la evidencia del desastre. Y desde el gobierno contestaron con encuestas: “el índice del delito bajó”, afirmaron desde el Ministerio del Interior. “La inseguridad es una sensación”, se animaron a sostener.
Eso desató una ola de ira -mediática- masiva. Y comenzaron a aparecer, sobre todo en los noticieros televisivos (adalides de la casuística individual para luego generalizar a casi todo el planeta) reportajes a personas asaltadas, o robadas, o violentadas, o algo, contando su experiencia personal. Y el consiguiente chascarrillo: “Y dicen que es una sensación…”. Ahora bien, ¿qué quiere decir que la inseguridad -por poner un caso, uno en boga- es una “sensación”? ¿Qué no existen delitos en -también por poner un ejemplo- la Ciudad de Buenos Aires?
Ya se escribió algo al respecto: los medios, a pesar de su supuesta imparcialidad y neutralidad noticiosa, al realizar la selección de las noticias que van a difundir (ya sea en papel, éter, televisión o internet, poco importa) construyen una realidad; es decir, dotan de una significación a “eso” que pasa. ¿O es acaso como suelen decir los radioescuchas en los contestadores y algunos ocasionales entrevistados televisivos, que “ya no se puede salir a la calle”? Los casos particulares, de los que se nutren los medios para hablar de la inseguridad, son estadísticamente demasiado bajos como para hacer generalizaciones -la mayoría de las veces, muy arriesgadas.
Pero, ¿por qué sucede eso? Sin intentar afirmar -lejos de ello el motivo de estas líneas- que no hay delitos en la Ciudad de Buenos Aires, sí se sostiene desde aquí que la repetición de los hechos delictivos en los (distintos) medios de comunicación construye la sensación de que estamos al borde del colapso social. No es tranquilizador para alguien que está mal, que haya otro en peores condiciones, pero estadísticamente, Buenos Aires es de las grandes ciudades más seguras -menos inseguras, mejor dicho- de Latinoamérica, muy lejos de, por ejemplo, San Pablo, Río de Janeiro, Medellín o el Distrito Federal.
Pero sin embargo el reclamo al Estado es un reclamo válido, en tanto es su obligación la de buscar políticas que mejoren la vida de sus habitantes. Y voy a dar un ejemplo: las muertes en accidentes de tránsito. ¿No es ese, acaso, un buen ámbito para la intervención estatal? Pero no parece ser un tema que preocupe sobremanera a la opinión pública (que poco a poco va reemplazando al concepto de “ciudadano”, que ya había ocupado el lugar del de “pueblo”). Es más: usar el cinturón de seguridad es obligatorio por ley, para proteger la vida de los que viajan en el auto, y sin embargo no todos lo usan. Y el registro por puntos genera polémicas a seis meses de su aplicación.
Y por año los muertos en accidentes de tránsito (el verano es una colección de casos) multiplican varias veces a los muertos en robos violentos y secuestros: 8104 en el 2007 según Luchemos por la Vida.
20080225
Por Sebastián Ackerman
Suele sostenerse que el periodismo es la narración de lo periódico, de lo cotidiano. También, que su función es resaltar o destapar aquellas cosas que o no funcionan bien o que permanecen ocultas, por intereses de los propios involucrados o por desconocimiento general. Aquello que se escribe en los diarios, se dice en la radio o se muestra en la televisión (o las tres cosas juntas en la incipiente internet) suele catalogarse como “verdad”. Y aquí surge la pregunta: ¿existe una verdad?
La pregunta no habilita, de por sí, a un relativismo a partir del cual cada uno tiene su verdad, sino que apunta a poner de manifiesto que aquello sobre lo que trabaja la actividad periodística es un material con significación social, por lo que lo que se presenta de manera supuestamente objetiva en los medios (y se pondera el preciado valor de la objetividad en posiciones invariable y eternamente subjetivas -las de los periodistas) es una construcción de los propios medios, que a través del supuesto distanciamiento de la objetividad borra las huellas de su propia construcción, de su propia actividad.
Que se entienda bien: esto no quiere decir que los periodistas a través de los medios de comunicación llevan adelante un plan conciente y maquiavélico para hacernos creer algo cuando en realidad esta pasando otra cosa; más bien, que el significado que se le da a las cosas (y a los preciados e intocables “hechos” periodísticos) no le pertenece a la cosa en sí, sino que es un agregado, una interpretación a partir de ciertos conocimientos, experiencias y formación, que los periodistas le dan a esa cosa. Nadie podría negar una inundación en una ciudad, un pueblo o un barrio, pero ese hecho puede interpretarse como una desgracia (sin un culpable claramente identificado), una negligencia política (donde las decisiones humanas -políticas- juegan un rol fundamental) o la ira de Dios (y ese es un elemento sobrehumano).
El ejemplo seleccionado tal vez resulta baladí, pero demuestra a las claras que la verdad no pertenece a las cosas; si así fuera, no se explicaría la existencia de -por poner un ejemplo- tantos diarios en nuestro país, y de tendencias político-ideológicas tan diversas. Si la verdad fuera inherente a las cosas, tendríamos que aceptar que cuando encontramos dos versiones de un mismo hecho, uno nos está mintiendo.
Así, la verdad periodística es construida socialmente, porque sin el factor social (que quiere decir “compartido por una comunidad”) no se podría hablar de una verdad. La verdad periodística es una construcción en tanto es creída y aceptada y circula con una significación social determinada -en cada momento histórico. La verdad periodística, entonces, es una construcción no en el sentido de manipulación (que existe, pero es otra cosa) sino un proceso por el cual se produce significaciones que invisten a los hechos de sentido. Es la forma en la que vemos al mundo, en el marco social en el que estamos inscriptos y que para nosotros es significativo -marco en el cual, en nuestra sociedad, el periodismo “dice la verdad”.
Ni más. Ni menos.