Por Sebastián Ackerman
Suele sostenerse que el periodismo es la narración de lo periódico, de lo cotidiano. También, que su función es resaltar o destapar aquellas cosas que o no funcionan bien o que permanecen ocultas, por intereses de los propios involucrados o por desconocimiento general. Aquello que se escribe en los diarios, se dice en la radio o se muestra en la televisión (o las tres cosas juntas en la incipiente internet) suele catalogarse como “verdad”. Y aquí surge la pregunta: ¿existe una verdad?
La pregunta no habilita, de por sí, a un relativismo a partir del cual cada uno tiene su verdad, sino que apunta a poner de manifiesto que aquello sobre lo que trabaja la actividad periodística es un material con significación social, por lo que lo que se presenta de manera supuestamente objetiva en los medios (y se pondera el preciado valor de la objetividad en posiciones invariable y eternamente subjetivas -las de los periodistas) es una construcción de los propios medios, que a través del supuesto distanciamiento de la objetividad borra las huellas de su propia construcción, de su propia actividad.
Que se entienda bien: esto no quiere decir que los periodistas a través de los medios de comunicación llevan adelante un plan conciente y maquiavélico para hacernos creer algo cuando en realidad esta pasando otra cosa; más bien, que el significado que se le da a las cosas (y a los preciados e intocables “hechos” periodísticos) no le pertenece a la cosa en sí, sino que es un agregado, una interpretación a partir de ciertos conocimientos, experiencias y formación, que los periodistas le dan a esa cosa. Nadie podría negar una inundación en una ciudad, un pueblo o un barrio, pero ese hecho puede interpretarse como una desgracia (sin un culpable claramente identificado), una negligencia política (donde las decisiones humanas -políticas- juegan un rol fundamental) o la ira de Dios (y ese es un elemento sobrehumano).
El ejemplo seleccionado tal vez resulta baladí, pero demuestra a las claras que la verdad no pertenece a las cosas; si así fuera, no se explicaría la existencia de -por poner un ejemplo- tantos diarios en nuestro país, y de tendencias político-ideológicas tan diversas. Si la verdad fuera inherente a las cosas, tendríamos que aceptar que cuando encontramos dos versiones de un mismo hecho, uno nos está mintiendo.
Así, la verdad periodística es construida socialmente, porque sin el factor social (que quiere decir “compartido por una comunidad”) no se podría hablar de una verdad. La verdad periodística es una construcción en tanto es creída y aceptada y circula con una significación social determinada -en cada momento histórico. La verdad periodística, entonces, es una construcción no en el sentido de manipulación (que existe, pero es otra cosa) sino un proceso por el cual se produce significaciones que invisten a los hechos de sentido. Es la forma en la que vemos al mundo, en el marco social en el que estamos inscriptos y que para nosotros es significativo -marco en el cual, en nuestra sociedad, el periodismo “dice la verdad”.
Ni más. Ni menos.
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