20080227

Relevancia de la noticia y construcción de sentido

Por Sebastián Ackerman

Mucho se escribió (y se seguirá haciendo) en los últimos años sobre el tema de la inseguridad. Y si bien el eje de este fenómeno cambió en el último tiempo de los secuestros o los secuestros express a los asaltos violentos, el mensaje subterráneo, que corría como un río soterrado bajo los regueros de tinta, era que nuestras vidas corrían -corren- peligro.

Desde la explosión Blumberg -con su auge mediático y apogeo político- como caso paradigmático, siempre se le reclamó al Estado que “hiciera algo” ante la evidencia del desastre. Y desde el gobierno contestaron con encuestas: “el índice del delito bajó”, afirmaron desde el Ministerio del Interior. “La inseguridad es una sensación”, se animaron a sostener.

Eso desató una ola de ira -mediática- masiva. Y comenzaron a aparecer, sobre todo en los noticieros televisivos (adalides de la casuística individual para luego generalizar a casi todo el planeta) reportajes a personas asaltadas, o robadas, o violentadas, o algo, contando su experiencia personal. Y el consiguiente chascarrillo: “Y dicen que es una sensación…”. Ahora bien, ¿qué quiere decir que la inseguridad -por poner un caso, uno en boga- es una “sensación”? ¿Qué no existen delitos en -también por poner un ejemplo- la Ciudad de Buenos Aires?

Ya se escribió algo al respecto: los medios, a pesar de su supuesta imparcialidad y neutralidad noticiosa, al realizar la selección de las noticias que van a difundir (ya sea en papel, éter, televisión o internet, poco importa) construyen una realidad; es decir, dotan de una significación a “eso” que pasa. ¿O es acaso como suelen decir los radioescuchas en los contestadores y algunos ocasionales entrevistados televisivos, que “ya no se puede salir a la calle”? Los casos particulares, de los que se nutren los medios para hablar de la inseguridad, son estadísticamente demasiado bajos como para hacer generalizaciones -la mayoría de las veces, muy arriesgadas.

Pero, ¿por qué sucede eso? Sin intentar afirmar -lejos de ello el motivo de estas líneas- que no hay delitos en la Ciudad de Buenos Aires, sí se sostiene desde aquí que la repetición de los hechos delictivos en los (distintos) medios de comunicación construye la sensación de que estamos al borde del colapso social. No es tranquilizador para alguien que está mal, que haya otro en peores condiciones, pero estadísticamente, Buenos Aires es de las grandes ciudades más seguras -menos inseguras, mejor dicho- de Latinoamérica, muy lejos de, por ejemplo, San Pablo, Río de Janeiro, Medellín o el Distrito Federal.

Pero sin embargo el reclamo al Estado es un reclamo válido, en tanto es su obligación la de buscar políticas que mejoren la vida de sus habitantes. Y voy a dar un ejemplo: las muertes en accidentes de tránsito. ¿No es ese, acaso, un buen ámbito para la intervención estatal? Pero no parece ser un tema que preocupe sobremanera a la opinión pública (que poco a poco va reemplazando al concepto de “ciudadano”, que ya había ocupado el lugar del de “pueblo”). Es más: usar el cinturón de seguridad es obligatorio por ley, para proteger la vida de los que viajan en el auto, y sin embargo no todos lo usan. Y el registro por puntos genera polémicas a seis meses de su aplicación.

Y por año los muertos en accidentes de tránsito (el verano es una colección de casos) multiplican varias veces a los muertos en robos violentos y secuestros: 8104 en el 2007 según Luchemos por la Vida.

20080225


Una construcción social

Por Sebastián Ackerman

Suele sostenerse que el periodismo es la narración de lo periódico, de lo cotidiano. También, que su función es resaltar o destapar aquellas cosas que o no funcionan bien o que permanecen ocultas, por intereses de los propios involucrados o por desconocimiento general. Aquello que se escribe en los diarios, se dice en la radio o se muestra en la televisión (o las tres cosas juntas en la incipiente internet) suele catalogarse como “verdad”. Y aquí surge la pregunta: ¿existe una verdad?

La pregunta no habilita, de por sí, a un relativismo a partir del cual cada uno tiene su verdad, sino que apunta a poner de manifiesto que aquello sobre lo que trabaja la actividad periodística es un material con significación social, por lo que lo que se presenta de manera supuestamente objetiva en los medios (y se pondera el preciado valor de la objetividad en posiciones invariable y eternamente subjetivas -las de los periodistas) es una construcción de los propios medios, que a través del supuesto distanciamiento de la objetividad borra las huellas de su propia construcción, de su propia actividad.

Que se entienda bien: esto no quiere decir que los periodistas a través de los medios de comunicación llevan adelante un plan conciente y maquiavélico para hacernos creer algo cuando en realidad esta pasando otra cosa; más bien, que el significado que se le da a las cosas (y a los preciados e intocables “hechos” periodísticos) no le pertenece a la cosa en sí, sino que es un agregado, una interpretación a partir de ciertos conocimientos, experiencias y formación, que los periodistas le dan a esa cosa. Nadie podría negar una inundación en una ciudad, un pueblo o un barrio, pero ese hecho puede interpretarse como una desgracia (sin un culpable claramente identificado), una negligencia política (donde las decisiones humanas -políticas- juegan un rol fundamental) o la ira de Dios (y ese es un elemento sobrehumano).

El ejemplo seleccionado tal vez resulta baladí, pero demuestra a las claras que la verdad no pertenece a las cosas; si así fuera, no se explicaría la existencia de -por poner un ejemplo- tantos diarios en nuestro país, y de tendencias político-ideológicas tan diversas. Si la verdad fuera inherente a las cosas, tendríamos que aceptar que cuando encontramos dos versiones de un mismo hecho, uno nos está mintiendo.

Así, la verdad periodística es construida socialmente, porque sin el factor social (que quiere decir “compartido por una comunidad”) no se podría hablar de una verdad. La verdad periodística es una construcción en tanto es creída y aceptada y circula con una significación social determinada -en cada momento histórico. La verdad periodística, entonces, es una construcción no en el sentido de manipulación (que existe, pero es otra cosa) sino un proceso por el cual se produce significaciones que invisten a los hechos de sentido. Es la forma en la que vemos al mundo, en el marco social en el que estamos inscriptos y que para nosotros es significativo -marco en el cual, en nuestra sociedad, el periodismo “dice la verdad”.

Ni más. Ni menos.

20080224

Troya arde desde el “Medio”

Por Gustavo Carrasco Azar
desde Santiago de Chile









Sin duda la información es un derecho, no un privilegio. Pero la disyuntiva se produce cuando su derecho no es un privilegio para otras personas, vale decir, que lo que se diga en los medios de comunicación, afecte la integridad del prójimo.

Todo el mundo tiene derecho a la privacidad y, según los derechos humanos, éste puede ser violado de diversas maneras, entre las que cuentan: intervenir en la vida privada de una persona -lo que incluye su derecho a establecer relaciones y a disfrutar de su libertad sexual-, impedir la vida familiar -que engloba la capacidad de contraer matrimonio y fundar una familia-, intervenir la correspondencia privada, entre otras.
El Artículo 19 de la constitución chilena consagra en su inciso cuarto el respeto y protección a la vida privada y pública y a la honra de la persona y de su familia; permite introducir en carácter general la inviolabilidad del hogar y de toda forma de comunicación privada.

Un caso muy recurrente es el Tema de Dicom -empresa que almacena una gran cantidad de base de datos sobre historales financieros- que es una falta grave a la privacidad de cada ser humano.


Gonzalo Angeli, abogado del Programa Derecho y Tecnologías de la Información de la Fundación Fernando Fueyo, asegura que “Lo que nos diferencia y distancia hoy en día del periodismo de antaño, es el tratamiento electrónico o automatizado de ellos y la posibilidad de almacenar gran cantidad de información en pequeños contenedores y recuperarlos a través de ciertas instrucciones. La protección del derecho a la intimidad que reconocemos a las personas no es un problema que haya nacido de las llamadas nuevas tecnología de la información. Éstas tampoco alteran su fisonomía, lo que hacen, sin embargo, es agudizar un conflicto”.

Lo que hoy conocemos como datos de carácter personal no es, en ningún sentido, algo nuevo. La sed por conocer e informarse parece ser una característica constitutiva de los seres humanos. Es por esto que nos acostumbramos a ver en las portadas de importantes diarios nacionales e internacionales una gran cantidad de “información” que burla el derecho fundamental del hombre, el de mantener su vida privada al margen del tapete de lo público.
La Información es poder y este poder depende del uso que uno le dé a tales datos. Esta hegemonía de la información es lo que ha llevado a muchos profesionales de la comunicación a no cumplir con los derechos fundamentales del hombre y las leyes orgánicas sobre el uso de cámaras y grabadoras escondidas para recolectar la mayor cantidad de información

Esta delgada y difusa línea que separa el ámbito público del privado tiene su genesis en Chile con el caso de Evelyn Matthey, Diputada de la República y Sebastián Piñera, Candidato presidencial conservador.
En 1992 el canal de Televisión Megavisión emitió un programa en el cual mostraron una grabación interceptada del teléfono de Piñera que desacreditaba a la diputada. Esta pelea televisada fue avalada por el director ejecutivo y dueño de la estación, el empresario Ricardo Claro.
No queda muy claro si a la ciudadanía se le debe entregar lo que pide o los medios deben discernir por sí solos qué entregarle a su público. Según la encuesta de opinión pública publicada por la empresa de estudios de mercado Adimark asegura que el cuerpo más leído de los diarios chilenos es el de farándula y el espectáculo.
En el caso de la televisión la parrilla programática de frarándula es la que le da mejores dividendos a las estaciones de telemisión, en conjunto con los “Reality Shows” –formato específico que muestra la intimidad y la vida privada de sus participantes-.

El derecho a la información encuentra sus límites en el derecho a la intimidad y viceversa. Dependiendo de la situación y del contexto en que cada uno opera, se privilegia la información pública o privada por sobre la intimidad, entendiendo que se halla por completo justificada la limitación del derecho subjetivo a la privacidad en beneficio de otro de rango superior. La tendencia actual que se vislumbra tiende a privilegiar, el derecho a la información, dejando de lado la vida de cada uno de nosotros, sólo vale pensar como un ente masivo.
Ahora queda la disyuntiva de si “El fin, ¿ justifica (a) los medios?”

20080223


Cambio de hábitos

Por Sebastián Ackerman

Estamos en una etapa de transición en las redacciones de los diarios y en los estudios de radio y televisión. Dos visiones del periodismo están conviviendo, en estos momentos, en los medios de comunicación: el periodista “tradicional”, hecho a través de la experiencia, de aprender el know-how de la actividad mientras la iba haciendo. Descubría el mundo a medida que lo recorría. Frente a él, o junto a él mejor dicho, se encuentra el “nuevo” periodista, que se formó en universidades, terciarios, escuelas y talleres, que leyó manuales y escuchó -en aulas- a aquellos que trajinaron distintas redacciones en su carrera. Estos nuevos jornalistas tienen el mapamundi ya cartografiado, con sus relieves y depresiones, con las rutas ya señaladas.

Dos formas de entender la práctica periodística, cada una con sus saberes propios. Y también sus formas de hacer. ¿Existe una manera “correcta” de llevar adelante este trabajo? La respuesta es no. El resultado marca si el trabajo se hizo correctamente, y para llegar a un buen resultado no existe el camino del éxito asegurado. Muchos fracasaron en sendas marcadas por gente que triunfó en esos parajes, y otros triunfaron a pesar de los malos augurios que envolvían la geografía que transitaban. La clave no es seguir las flechas indicativas, sino saber -o, mejor dicho, saber hacer.

El periodismo es una profesión altamente esquematizada (en su proceso productivo) con una rutina fuertemente definida, pero también con una dosis importante de azar, de imprevisto. Por eso es fundamental saber manejarse en un ambiente con estas características, y ese saber se aprende en el hacer, en el hacer cotidiano. Casi se diría, en el ensayo y error (los menos posibles, por supuesto). Y en este caso también pueden considerarse las dos opciones arriba señaladas: la experiencia propia, de trajinar los caminos puede ayudar a tomar las decisiones correctas; pero también puede hacerlo, por supuesto, el conocimiento obtenido frente a un pizarrón, aprendiendo teóricamente las experiencias ajenas.

Mucho se habla también en esta profesión del “olfato” del periodista, de la intuición para conseguir un buen dato, una buena historia, para no creer en lo que le dicen o para creer en aquello que parece increíble. ¿Existe alguna fórmula para conseguir estas virtudes? En este caso, tampoco. Pueden servir ambos modelos de investigador: pero hay unas líneas aquí que no puedo olvidar de un reconocido periodista:

“-Hay un fusilado que vive.

No sé qué es lo que consigue atraerme en esa historia difusa, lejana, erizada de improbabilidades. No sé por qué pido hablar con ese hombre, por qué estoy hablando con Juan Carlos Livraga.

(…)

Livraga me cuenta una historia increíble; la creo en el acto:”

Esta breve y hermosa cita pertenece a Operación masacre, de Rodolfo Walsh. Y puede servir tanto para aquellos que compartieron la actividad con él como para aquellos que supieron de su existencia en escuelas y universidades. Pero hay dos elementos que en Walsh saltan inmediatamente a la vista, y que son fundamentales para desempeñarse en este campo, tanto para unos como para otros: la belleza en la exposición de lo que cuenta (y que no debe omitirlo ningún periodista, desde el de deportes o espectáculos hasta los de política internacional, economía o política doméstica) y, sobre todo, querer a la profesión, porque eso también lo nota el que lee -o escucha, o mira-. La pasión por lo que se hace es el motor que equipara las distintas virtudes, tanto de los que ya transitan estos caminos hace años como de los que recién están saliendo por la puerta, para llegar no se sabe bien donde.